intensificaron el integris
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o islá
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ico. Igualmente, la secular persecución a los judíos
para forzar su conversión al cristianismo generó e intensificó en ellos aversión a
esta religión. Otro ejemplo: el objetivo bienintencionado de los ilustrados del siglo
XVIII para combatir la superstición y hacer triunfar la razón degeneró en la
violencia revolucionaria del año 1793 en Francia y esto provocó una reacción
integrista a favor de la Iglesia perseguida por los revolucionarios. No es necesario
que explique lo ocurrido en nuestro país en la Guerra Civil.
A este respecto, el artículo de Jairo del Agua, que tiene ideas buenas y totalmente
aceptables, tiene, sin embargo, un tono agresivo que puede ser contraproducente. Al
remarcar las diferencias del mensaje de Jesús con la práctica talmudista de la época,
Jairo ataca al judaísmo con una acritud que no se corresponde con la actitud de
Jesús, que decía que no pretendía destruir la tradición religiosa judía sino perfec-
cionarla. Tal debe ser nuestra relación con el catolicismo tradicional: aplicarnos a
promover y sostener un proceso de mejora progresiva sobre la base de lo existente y
en el espíritu del Evangelio. Sin duda atraeremos sobre nosotros la hostilidad del
sistema que se defiende, como le ocurrió a Jesús, pero no es necesario que le
facilitemos la tarea permitiéndole arroparse con el apoyo de tanta gente que aún no
comprende nuestra teología y se siente agredida o amenazada por algunas afirma-
ciones como las que aparecen en el artículo de Jairo del Agua que comentamos. No
se puede decir, como él hace, que es absurda e irracional la manera de orar que se
practica en nuestra Iglesia, pidiendo favores... El Padre Nuestro, la oración que
Jesús nos enseñó
,
tiene peticiones de favores co
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o las que Jairo denosta, y Jesús dijo
aquello de: Pedid y recibiréis. En todo caso, cada cual se relaciona con Dios como
sabe, y Dios escucha a todos. No es misión nuestra dogmatizar sobre la manera
cómo se debe orar. Hay personas que le dan importancia al rezo del Rosario, o a ir
en peregrinación a tal o tal santuario, y están los que se dedican a cosas como la
adoración nocturna… o perpetua. Esas devociones, por sí mismas, no son ni buenas
ni malas. Son buenas si sirven de acicate y estímulo para hacer la voluntad de Dios,
y son malas si se consideran como sucedáneo o sustitutivo de la verdadera piedad,
que es socorrer al prójimo en sus necesidades, ser caritativos con el prójimo...
¿No sería necesaria una gran renovación tanto en los contenidos de
fe como en la forma de expresarlos?
Es claro que hay que cambiar muchas cosas en la Iglesia, en la dogmática, en el
culto y la manera de realizarlo, en la jerarquía, de la que se está excluyendo a las
mujeres y a los hombres casados. Quizá no debería haber ningún dogma y ningún
tipo de culto, tampoco jerarquías. A quienes opinamos así puede parecernos deses-
perante el lento proceder del papa Francisco al que se la había asignado, quizá muy
atrevidamente, una voluntad renovadora y de cambio que quizá él nunca tuvo. Así y
todo desde algunos sectores ultraconservadores de la institución se le ataca feroz-
mente por los cambios realizados hasta ahora, que bien mirado, sólo fueron ca
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bios
de estilo personal de ejercer el papado. Es claro que los ataques que sufre, y con él