Cuestionario 2019
Foro GASPAR GARCIA LAVIANA
¿Hemos de sentirnos obligados a preguntarnos por las causas de
este, para nosotros, triste fenómeno de que cada vez hay menos
gente en la Iglesia?
En primer lugar debemos plantear bien el problema. El problema no es que cada
vez más gente abandone la práctica religiosa tal como ésta se entendió hasta ahora.
La Iglesia, con sus jerarquías y su culto, no es un fin en sí misma, es un instrumento
para difundir el mensaje de Jesús de Nazaret de compromiso con la construcción
del Reino de Dios en este mundo. El problema es que la Iglesia, la nuestra,
Católica, pero también otras iglesias y sectas cristianas, se desenvolvieron bastante
mal en el cumplimiento de esa tarea de presentar ante el mundo a Jesús y su
mensaje. Esa tendencia social de abandono de lo religioso pudiera invertirse; a fin
de cuentas estas cosas tienen algo de seguimiento de una moda, y las modas
cambian. Pudiera ocurrir, y parece que las cosas pueden ir por ahí, que tuviese lugar
un renacer del sentimiento religioso y la práctica cultual. Pero si esto no comporta
un cambio de actitud de las personas en sus relaciones con los demás, si persiste la
sociedad clasista con su explotación y sus desigualdades, si se sigue agrediendo la
naturaleza, si se sigue considerando a las mujeres como seres inferiores (en la
sociedad y en la Iglesia), si persiste la discriminación racial y el menosprecio a los
inmigrantes y la indiferencia ante la super-explotación a que están sometidas las
gentes de amplias zonas del planeta, si la religiosidad sigue teniendo componentes
integristas y siendo un factor de división entre los pueblos y culturas… no
habremos mejorado en absoluto. Es ese el problema que hay que afrontar y no el
hecho de que se rece más o menos. Los rezos son útiles sólo si sirven para tomar
conciencia de esas lacras sociales que deben ser corregidas para avanzar hacia el
Reino de Dios.
¿H
emos de sentirnos instados por nuestra fe cristiana a co
m
unicar a los
demás los resultados de nuestro análisis sobre este hecho, para com-
partirlo con todos aquellos que tengan estas mismas inquietudes?
Por supuesto, y no lo con quienes tengan las mismas inquietudes, sino también, y
sobre todo, con quienes están en otra onda. La cuestión es: ¿cómo hacerlo?. Es una
obra de caridad el enseñar al que no sabe, pero la enseñanza es una ciencia: la
didáctica. Hay maneras de enseñar y de afrontar esta cuestión que pueden producir
un resultado distinto del que se desea. Es ilustrativa a este respecto la reacción que
está suscitando en amplios sectores de la feligresía católica (y otras) el avance de
las ideas que propugnamos. La forma de presentar nuestra visión teológica debe ser
didáctica, no agresiva. Los fundamentalismos se inter-alimentan unos a otros. Se
pueden ver varias experiencias históricas de este fenómeno. El ataque musulmán al
templo del Santo Sepulcro de Jerusalén en el año 1095 puso en marcha el proceso
integrista de las cruzadas en Europa, y a su vez estas campañas militares cristianas
intensificaron el integris
m
o islá
m
ico. Igualmente, la secular persecución a los judíos
para forzar su conversión al cristianismo generó e intensificó en ellos aversión a
esta religión. Otro ejemplo: el objetivo bienintencionado de los ilustrados del siglo
XVIII para combatir la superstición y hacer triunfar la razón degeneró en la
violencia revolucionaria del año 1793 en Francia y esto provocó una reacción
integrista a favor de la Iglesia perseguida por los revolucionarios. No es necesario
que explique lo ocurrido en nuestro país en la Guerra Civil.
A este respecto, el artículo de Jairo del Agua, que tiene ideas buenas y totalmente
aceptables, tiene, sin embargo, un tono agresivo que puede ser contraproducente. Al
remarcar las diferencias del mensaje de Jesús con la práctica talmudista de la época,
Jairo ataca al judaísmo con una acritud que no se corresponde con la actitud de
Jesús, que decía que no pretendía destruir la tradición religiosa judía sino perfec-
cionarla. Tal debe ser nuestra relación con el catolicismo tradicional: aplicarnos a
promover y sostener un proceso de mejora progresiva sobre la base de lo existente y
en el espíritu del Evangelio. Sin duda atraeremos sobre nosotros la hostilidad del
sistema que se defiende, como le ocurrió a Jesús, pero no es necesario que le
facilitemos la tarea permitiéndole arroparse con el apoyo de tanta gente que aún no
comprende nuestra teología y se siente agredida o amenazada por algunas afirma-
ciones como las que aparecen en el artículo de Jairo del Agua que comentamos. No
se puede decir, como él hace, que es absurda e irracional la manera de orar que se
practica en nuestra Iglesia, pidiendo favores... El Padre Nuestro, la oración que
Jesús nos enseñó
,
tiene peticiones de favores co
m
o las que Jairo denosta, y Jesús dijo
aquello de: Pedid y recibiréis. En todo caso, cada cual se relaciona con Dios como
sabe, y Dios escucha a todos. No es misión nuestra dogmatizar sobre la manera
cómo se debe orar. Hay personas que le dan importancia al rezo del Rosario, o a ir
en peregrinación a tal o tal santuario, y están los que se dedican a cosas como la
adoración nocturna… o perpetua. Esas devociones, por mismas, no son ni buenas
ni malas. Son buenas si sirven de acicate y estímulo para hacer la voluntad de Dios,
y son malas si se consideran como sucedáneo o sustitutivo de la verdadera piedad,
que es socorrer al prójimo en sus necesidades, ser caritativos con el prójimo...
¿No sería necesaria una gran renovación tanto en los contenidos de
fe como en la forma de expresarlos?
Es claro que hay que cambiar muchas cosas en la Iglesia, en la dogmática, en el
culto y la manera de realizarlo, en la jerarquía, de la que se está excluyendo a las
mujeres y a los hombres casados. Quizá no debería haber ningún dogma y ningún
tipo de culto, tampoco jerarquías. A quienes opinamos así puede parecernos deses-
perante el lento proceder del papa Francisco al que se la había asignado, quizá muy
atrevidamente, una voluntad renovadora y de cambio que quizá él nunca tuvo. Así y
todo desde algunos sectores ultraconservadores de la institución se le ataca feroz-
mente por los cambios realizados hasta ahora, que bien mirado, sólo fueron ca
m
bios
de estilo personal de ejercer el papado. Es claro que los ataques que sufre, y con él
sufrimos los sectores progresistas de la Iglesia, vienen de esferas de poder en la
institución y en el siste
m
a
,
que obran de
m
ala fe
,
con voluntad de
m
alograr cualquier
intento de mejorar la Iglesia y la sociedad. Pero indudablemente hay también gente
sincera, de buena voluntad, que no entenderían que se hiciesen cambios en la
Iglesia. Mucha gente, entre la cual quizá nos encontrásemos nosotros mismos unas
décadas atrás, se acostu
m
bró a considerar a la Iglesia co
m
o algo firme e inamovible.
La figura de la roca que se empleaba a veces para definir a la Iglesia evocaba esa
idea de inmovilidad e inmutabilidad. Y esta forma de considerar a la institución
eclesial fue de tan larga duración a través de los siglos que imprimió carácter y
deformó la manera de pensar de amplias masas de católicos, clérigos y laicos.
Considerando esto, a menudo me viene a la mente la frase de Jesús que hablaba de
lo nefasto que es poner remiendos nuevos a un vestido viejo. ¿Sería conveniente
empezar desde cero? ¿sería posible?
¿N
o se podría ser buen cristiano si
m
ple
m
ente i
m
itando a
J
esús
:
su
m
odo
de ser, de sentir, de pensar, de actuar..., sin necesidad de tener que
asentir a toda la ideología dogmatizada nacida después del siglo III?
Por supuesto que sí. Esa es la idea que se explicita en libro de José María Castillo,
El Evangelio marginado
, recientemente publicado. Pero, ¿Cuánta gente, en nuestra
Iglesia, lo leyó? o, ¿cuánta gente, en nuestra Iglesia, lee algo? El hecho de que para
este cuestionario se plantee hacer una síntesis de no más de un folio demuestra que
no tenemos mucha fe acerca de la predisposición de la gente a leer.
Esta cuestión pone sobre el tapete el problema de la formación religiosa en la
Iglesia. La única formación religiosa que la mayoría de los católicos recibe es la
que se imparte a los niños que van a hacer la primera comunión. Algunos reciben
también la que se imparte en las clases de religión de la escuela. Pero ésta, y la que
aportan las homilías dominicales, cursillos prematrimoniales, catequesis de adultos,
cuando la hay… tienen el mismo carácter infantil que las de primera comunión, es
decir, la Iglesia, su aparato docente, trata al laicado como a un eterno menor de
edad. Frecuentemente, el propio personal docente deja bastante que desear. Durante
muchos siglos estuvo prohibido traducir las Escrituras a lenguajes comprensibles
para el pueblo. Después se permitió su traducción pero no se fomentó su lectura.
Parece que a la jerarquía eclesial no le gusta que el pueblo cristiano sepa mucho de
teología. Le basta con que la gente asista a los ritos litúrgicos, fomenta una
religiosidad centrada en el culto. Que asista a las ceremonias religiosas, pero sin
participar en ellas. En las misas hay sólo un participante, el celebrante, sólo él
consagra, sólo el habla en la homilía, sólo él recita la mayor parte de las oraciones,
el resto de los asistentes sólo tiene que decir “amén” tres o cuatro veces. El
resultado es que a fuerza de tratar al laicado como un menor de edad, éste llegó a
ser realmente un menor de edad en lo que a la materia religiosa se refiere.
¿El futuro pasa por dejar, indiferentes nosotros, que las cosas sigan
rodando en el sentido que lo hacen o implicarse? Si fuere a sí ¿cómo?
Hay que hacer algo mientras se pueda, lo que se pueda. Desconocemos la estrategia
del Espíritu, pero en todo caso Él actúa a través de las personas, por medio de las
personas. Es una de las ideas más felices del escrito de Jairo del Agua:
Somos
nosotros los que tenemos que discernir, decidir y actuar en el mundo, dirigidos por
esa "inteligencia, energía y amor" que llevamos dentro y que es parte de la
mismísima esencia de Dios... …Nosotros somos sus manos cuando actuamos desde
ese "íntimo" de la persona en el que portamos todos sus dones, sus capacidades, sus
luces, las que nos insertó al crearnos "a su imagen y semejanza". Y que van
creciendo a medida que las cultivamos.
Lo que no tenemos que hacer es desanimarnos si el resultado no es tan exitoso
como esperábamos. En realidad no estamos en condiciones de valorar el resultado
de nuestro trabajo. Puede que lo que a nosotros nos parezca un fracaso, a los ojos de
Dios no lo sea. Valorándolo con criterios humanos la muerte de Jesús fue un
fracaso, pero Dios lo valoró de otra manera.
¿S
ería una posible alternativa a esta tan negativa situación de la Iglesia
intentar fomentar pequeñas comunidades de base? ¿Cómo se haría?
Lo de las pequeñas comunidades es una posibilidad que no debe descartarse, en la
medida en que sea posible realizarla. Lo de la situación negativa de la Iglesia es
preciso matizarlo. Leyendo el artículo de José María Castillo da la impresión de que
la institución eclesial católica (y otras) está(n) dando las últimas boqueadas. Y no es
así; las religiones tienen una gran capacidad de aguante, aunque sólo sea por la
inercia que les imprimió el impulso que las hizo nacer. A pesar de la aparición del
cristianismo, el judaísmo sigue existiendo, y lo ahora, después de casi dos mil
años, empieza a haber en la comunidad judía movimientos de aproximación a la
figura y el mensaje de Jesús de Nazaret. Sólo Dios sabe cuánto tiempo tiene que
pasar aún para que nuestros ultraconservadores cristianos se den cuenta de que su
siste
m
a religioso no funciona
. N
osotros no debe
m
os aplicarnos a destruir ese siste
m
a
sino a intentar perfeccionarlo para que funcione. Antes de emprender la respuesta a
este cuestionario yo no sabía nada de Jairo de Agua. Los últimos días busqen
Internet material sobre esa persona y vi que estoy bastante de acuerdo con sus
plantea
m
ientos
,
pero la
m
anera en que los presenta puede hacer que
m
uchos católicos
practicantes se sientan amenazados y pasen a la defensiva. De hecho, me encontré
con páginas de Internet en las que se le ataca despiadadamente, y en él nos atacan
también a quienes tenemos posiciones teológicas parecidas. No hay necesidad de
agudizar esas contradicciones. Nuestra misión no es destruir algo que existe para
sustituirlo por algo que no existe aún, pero tenemos derecho a plantear alternativas
a lo existente que no funciona.
Lo de las pequeñas comunidades sería la alternativa de partir de cero, hacer un
vestido nuevo ante la realidad de que el viejo no aguanta los remiendos que se le
ponen. Pero no pequemos de optimismo, el vestido viejo va a aguantar mucho aún,
y el nuevo tardará en hacerse. Llevo bastantes décadas en un movimiento de
comunidades de base y no percibo que sea un movimiento con viento en popa. La
evolución en materia religiosa es muy lenta, y puede resultar desesperante para
quienes tenemos las ideas claras acerca del rumbo a seguir.
¿Qué creemos que sería lo más decisivo para que la Iglesia fuese
cada vez más cristiana?
En esa tarea estamos. La existencia de grupos como el nuestro, las comunidades de
C
ristianos de
B
ase y otros colectivos si
m
ilares
,
la existencia de teólogos progresistas y
las obras que escriben, todo ello demuestra que el Espíritu no está inactivo. El
Espíritu sigue operando en el mundo, dentro y fuera de la Iglesia. La abdicación del
papa Benedicto XVI y su sustitución por una persona de talante muy diferente
demuestra que la propia Iglesia tomó conciencia de que había dentro de ella muchas
cosas que no podían seguir como estaban. Todos estamos perplejos acerca de los
pasos concretos a dar
. L
o
m
ás decisivo
,
desde luego
,
es seguir y difundir la palabra y
el ejemplo de Jesús de Nazaret. Pero en cuanto a la actuación concreta y la manera
de realizarlo no existen fórmulas fijas; siempre depende de las circunstancias, del
tiempo y lugar en los que nos desenvolvemos. En nuestro caso concreto, aquí y
ahora, debemos usar todas las posibilidades de llegar con nuestro mensaje al
público, al de dentro y al de fuera de la Iglesia. Y no desanimarnos si nos parece
que no progresamos suficientemente. Quizá lo que nos parece un fracaso no lo sea
en realidad. El hecho de que el sistema (el eclesial y el sociopolítico) se movilice
tanto para silenciarnos y ningunearnos significa que nos valora como un enemigo al
que se debe batir. Pero recordemos las palabras de Jesús: No temáis, yo estaré con
vosotros hasta el fin del mundo.